El universo de la educación se cubre de luto ante la partida de Yina Rodríguez Gutiérrez, maestra de vocación y arquitecta de sueños, cuya existencia estuvo consagrada a iluminar el camino de quienes tuvieron el privilegio de aprender de ella.
Su adiós deja una herida profunda, pero también la certeza de que su legado trasciende en el tiempo, susurrando sabiduría en los corazones que moldeó con su pasión y entrega.
Desde los albores de su tarea como formadora, Yina tejió con hilos de amor y compromiso cada enseñanza impartida. No fue sólo transmisora de conocimientos, sino faro en la tormenta, refugio para las almas inquietas y brújula para quienes buscaban su rumbo, porque en cada lección, en cada consejo, en cada mirada cargada de comprensión y esperanza, sembró semillas que florecerán eternamente en el alma de sus aprendices.
Su existencia fue un testimonio de amor por su familia, por su hijo y su madre, por su comunidad y por la noble misión de transformar vidas a través del aprendizaje, porque con una fortaleza inquebrantable, Yina demostró que la enseñanza es más que un oficio, es un arte, un acto de entrega que deja huellas imborrables en quienes tienen la fortuna de cruzar su camino.
Más allá de las aulas, su esencia se mantiene viva en el eco de sus palabras, en las victorias de sus aprendices, en la gratitud de aquellos que encontraron en ella un motivo para creer en sí mismos.
Su despedida nos llena de nostalgia, pero también nos invita a honrar su memoria perpetuando sus valores, llevando su luz en cada acto de generosidad y conocimiento compartido.
Hoy, la comunidad educativa del SENA, el Centro Nacional de Hotelería Turismo y Alimentos y todos quienes la conocieron la evocan con profundo respeto y cariño porque su espíritu no se extingue; sigue vibrando en cada historia de éxito que ayudó a escribir, en cada corazón que alguna vez latió más fuerte gracias a su inspiración.
Descansa en paz, querida Yina Rodríguez Gutiérrez. Tu luz no se apaga, tu voz no se silencia, tu legado es imperecedero y los cuidados a tu madre, a tu hijo y a tu familia, se seguirán evidenciando ahora con más fuerza desde el regazo de paz que Dios preparó con esmero para tu vida eterna, la misma que inicias ahora después de la muerte.
