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El peligro del silencio y la importancia de hablar claramente
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En nuestra vida cotidiana la comunicación es fundamental para mantener relaciones saludables, tanto en lo personal como en lo profesional y empresarial, sin embargo, muchas veces optamos por el silencio, por miedo al conflicto, la incomodidad o simplemente porque creemos que no tiene sentido expresar nuestros pensamientos y aplazamos lo que a simple vista es inaplazable.
Ese silencio, aunque parezca inofensivo, puede tener consecuencias muy graves, toda vez que al no decir lo que sentimos o pensamos con claridad genera malentendidos, resentimientos acumulados y, en algunos casos, daños irreparables.
El silencio puede ser interpretado de múltiples maneras y en lugar de evitar problemas, el no hablar claramente los inventa, porque cuando no enunciamos nuestras emociones, dudas o desacuerdos, dejamos que las otras personas llenen los vacíos con sus propias suposiciones y fantasías, que luego es casi imposible quitar de su cabeza.
El no aclarar lo que realmente debe hacerse nos trae también como resultado que los demás malinterpreten nuestras intenciones, pero quizá lo más grave y peligroso es que con el mutismo los problemas no se van, sino que por el contrario, crecen y se agravan como cuando dejamos la mugre bajo la alfombra como queriendo ocultarla y no saber de ella.
Guardarse las cosas ocasiona un reconcomio de presión interna, llevando al agotamiento emocional y en casi todos los casos, el callar de manera prolongada erosiona la confianza y la cercanía en una relación, ya sea personal, profesional o de negocios.
Hablar con claridad no siempre es fácil porque implica ser vulnerable, exponerse al juicio de los demás y en algunos casos enfrentar situaciones incómodas, no obstante es un acto de valentía y responsabilidad, por cuanto al ser claros en nuestras palabras, establecemos límites, expresamos necesidades y creamos un espacio para la comprensión mutua.
Ser abiertos y honestos en las conversaciones ayuda a resolver problemas de manera más rápida y efectiva, y es que no se trata de ser agresivo o impositivo, sino de expresar con acatamiento lo que sentimos, de tal manera que la cordura junto a la lógica abra las mentes de manera que se entiendan visiblemente aquellas cosas que por sí solas, y como reza el adagio popular, «se caen de su peso».
Hablar claro y romper el nocivo silencio nos permite conocernos mejor a nosotros mismos, identificando nuestras emociones y necesidades, además de fomentar el autocuidado y el desarrollo personal, previniendo posibles trifulcas que desencadenan en la grosería, la altanería y la irracionalidad.
Ahora bien, la comunicación clara no sólo implica hablar, sino también escuchar, prestar atención a lo que la otra persona tiene que decir, sin interrumpir o juzgar, y luego de haber permitido a la otra parte expresar lo que desea, así sea absurdo o errado, ahí sí se discuten las posibles alternativas para llegar finalmente a la solución del conflicto o al límite donde las partes logren entender esas pequeñas discrepancias que en ocasiones parecen tan sencillas y sin saber a qué hora, se convierten en «florero» de irracional acaloramiento.
¡Se supone que entendió! …, es una aseveración que se pronuncia de manera recurrente y que causa daños irreparables, ya que esa falsa suposición deja avanzar el problema como el cáncer silencioso que va haciendo su trabajo internamente sin que nadie se dé cuenta, pero al final el desenlace casi siempre es mortal. En las relaciones, y más en los negocios, nada se supone y por el contrario debe quedar anotado, grabado, firmado, autenticado y explícitamente concreto.
Por los efectos de tan dañino silencio salen a flote ciertas tensiones, por lo que es muy importante mantener la calma y no dejar que las agitaciones controlen nuestras palabras, y hablar desde un lugar de serenidad garantiza una conversación más productiva, así el receptor utilice ofensas, tonos de gritos y manifestaciones de violencia, ya que no se trata sólo de expresar lo que sentimos, sino de hacerlo de manera que la otra persona se sienta comprendida y respetada.
El hecho de no expresar lo que nos molesta o preocupa lleva, de manera inequívoca, a acumular animosidad y con el tiempo este reconcomio se va amontonando hasta que en algún momento explota de manera desproporcionada y más aún cuando se trata de negocios donde las sumas, las restas y las divisiones deben ser exactas para no dar lugar a ilógicas interpretaciones.
Cuando el silencio se convierte en una norma dentro de las relaciones, ya sea de pareja, familiar, de amistad, laborales o de negocios, la conexión y la confianza se deterioran tanto que luego no hay espacio para sanar, porque la falta de comunicación abierta crea una barrera emocional que impide a las personas comprender mutuamente.
El silencio de una o de las dos partes involucradas en cualquier tipo de relación, demuestra claramente una falta de interés y compromiso, originando distancia y una ruptura anunciada, como la crónica de la muerte escrita por Gabriel García Márquez.
Callar cuando deberíamos hablar parece la opción más fácil en el corto plazo, pero las consecuencias a largo aliento son mucho más complicadas, por lo que es fundamental encontrar valor y asertividad para expresar de manera temprana, porque solo así podemos construir relaciones más auténticas y saludables, cristalizar sueños colectivos y llevar a puerto seguro las metas y propósitos.