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La hipocresía, una máscara de faz hexagonal
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La hipocresía es uno de esos comportamientos que a veces pasa desapercibido y en otras ocasiones es evidente, dependiendo de cómo se manifieste.
Este mal es como una máscara de faz hexagonal que muchos usan, sin plena conciencia, para esconder su verdadera naturaleza o sus auténticas intenciones.
Reflexionar sobre la hipocresía nos invita a cuestionar nuestras propias acciones y las de los demás, permitiéndonos explorar las motivaciones detrás de las palabras y los hechos.
Uno de los aspectos más característicos de la hipocresía es la contradicción interna que vive dentro del individuo, ya que el hipócrita sostiene dos verdades: la que expresa en público y la que guarda en privado.
Esta división genera una tensión interna, una lucha entre lo que se desea ser y lo que realmente se es, todo por la necesidad de encajar y ser aceptado por un grupo, por la sociedad, o para obtener los codiciados propósitos motivados por la avaricia, el protagonismo, la vanidad y el apetito voraz, donde todo vale, sin importar el costo.
Es posible que, en algún momento, caigamos en la hipocresía y con frecuencia nos justifiquemos diciendo que es por un bien mayor o que no tiene importancia, sin embargo, cada vez que lo hacemos, nos alejamos más de nuestra autenticidad. Vivimos en una sociedad donde la apariencia importa más que la esencia, y las personas son juzgadas por lo que parecen ser, no por lo que realmente son.
Este juicio basado en las fachadas fomenta la hipocresía, y en ocasiones nos sentimos obligados a ajustarnos a normas que no compartimos o a presentar una versión de nosotros mismos que no es real. Siempre será mejor quien dice las cosas de frente, aunque incomode, que aquel camaleón que cambia su faz según el momento para decir lo que los demás quieren escuchar, en lugar de expresar lo que realmente debe ser dicho.
Las redes sociales, por ejemplo, son un terreno fértil para este tipo de comportamiento, ya que las personas muestran una vida idealizada, fantasiosa y maquillada, escondiendo sus luchas y vulnerabilidades. Hacen creer, con cada publicación, que están alcanzando el éxito, cuando en realidad viven en medio de la frustración y el resentimiento.
Pero, ¿quién es responsable de esta presión? ¿Es la sociedad la que nos obliga a ser hipócritas o somos nosotros, por miedo al rechazo, quienes aceptamos este juego?
La hipocresía no es solo un problema moral; tiene consecuencias tangibles en nuestras relaciones y en la sociedad en general y las personas que practican la hipocresía pierden la confianza de quienes las rodean.
Cuando alguien actúa de manera inconsistente, tarde o temprano sus contradicciones salen a la luz, y cuando esto sucede, la credibilidad desaparece, y el hipócrita se convierte en un ser despreciable, rechazado por todos, especialmente por quienes han sido víctimas de sus maniobras.
El verdadero problema de la hipocresía no es solo que engañamos a los demás, sino que también nos engañamos a nosotros mismos, al punto de afinar nuestras propias mentiras y llegar a creer ciegamente en ellas.
Reconocer la hipocresía en los demás es relativamente fácil, pero aceptarla en sí mismo es mucho más complicado porque el hipócrita es cínico, falso y astuto, pero a la vez torpe e inocente, y estos “atributos” le impiden reconocerse al interior.
¿Cuántas veces hemos predicado algo que no practicamos? ¿Cuántas veces hemos condenado a otros por comportamientos que también hemos tenido? ¿Cuántas veces hemos dirigido nuestra ira hacia una persona solo para acercarnos a ella y hacerle daño?
La autocrítica es esencial para no caer en este vicio, y un examen honesto de nuestras acciones y motivaciones ayuda a revelar esas incoherencias que preferimos ignorar.
Ser honesto con uno mismo requiere valentía, ya que no es cómodo enfrentar nuestras debilidades; sin embargo, este es el primer paso hacia una vida auténtica, una vida en la que no tengamos que fingir ser quienes no somos.
Vivir con integridad no significa ser perfecto, sino ser coherente entre lo que pensamos, decimos y hacemos, porque al final lo que buscamos es una existencia más honesta y, por ende, más libre de las presiones externas que nos empujan hacia la falsedad.
El hipócrita es un actor magistral. Sus acciones están siempre calculadas con sevicia. Sabe qué decir para poner la trampa mortal a su prójimo, conoce las debilidades de su víctima y trabaja incansablemente en ellas. Convence y se revuelca alegremente en la simulación; es encantador, se gana la confianza fácilmente, seduce y embauca, adula y se mete sin permiso en la intimidad del otro para husmear sus movimientos y al mejor estilo de los rastreros, se agazapa con el firme propósito de dar el zarpazo y devorar a su presa de un solo bocado.
Hay que estar alerta y lo más alejados posible de aquellos hipócritas que nos hablan en diminutivo, nos ensalzan y elogian hasta más no poder, mientras, bajo la manga, llevan un afilado cuchillo listo para clavarlo por la espalda al menor descuido.