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“¿Y qué más?”

Oct 29, 2024

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Esa pequeña pregunta, «¿Y qué más?», puede parecer inocente, pero en momentos de estrés o mucho ajetreo, llega a sentirse como una invasión al espacio mental.

Es como si alguien tratara de romper la burbuja de concentración que uno ha creado para sobrellevar la carga del día, e implica una expectativa de conversación o conexión cuando, probablemente, no se está en disposición de brindarla, lo que genera mucha molestia.

A veces, lo que se necesita es una pausa silenciosa o simplemente un momento para procesar todo lo que envuelve una gran responsabilidad, como organizar un evento macro, gestionar una licitación, redactar un texto o realizar cualquier actividad que, de por sí, genera ansiedad y angustia, y más aún cuando esos personajes desocupados llegan a interrumpir y distraer con sus divagaciones inoportunas.

La molestia que generan estas personas cuando uno está apurado y necesita silencio y soledad surge del choque entre necesidades opuestas: por un lado, el deseo de concentración, espacio personal y paz mental; por el otro, la presencia de alguien que, intencionada o no, penetra ese espacio.

En momentos de mucha actividad o presión, la mente busca orden, enfoque y, a veces, un respiro en el mutismo; así que la llegada de otra persona entorpece ese flujo como una sobrecarga sensorial que aumenta el estrés.

Esas personas dispersas no perciben la urgencia o necesidad de quietud, lo que acrecienta la incomodidad, porque esta situación revela lo difícil que puede ser mantener los límites en tiempos atosigados y, por más que queramos ser amables o atender a los demás, la falta de espacio mental nos hace sentir invadidos, y es ahí cuando se explota.

El comportamiento humano incluye ciertos «comandos» corporales, y un solo gesto o mirada basta para expresar incomodidad o desazón; sin embargo, muchas veces, las personas no captan las señales de que alguien está ocupado o necesita espacio, como un gesto, una postura cerrada o la desconexión de contacto visual.

Algunos individuos están acostumbrados a interactuar constantemente, sin considerar el contexto o la situación emocional de los demás, manifestación propia de su personalidad extrovertida o a la costumbre de mantener conversaciones ligeras en todo momento, por lo que, en ocasiones, quienes interrumpen lo hacen porque ellos mismos necesitan interacción o apoyo, sin darse cuenta que el atosigado pide a gritos todo lo contrario.

En entornos como los laborales, puede haber una cultura en la que no se respetan del todo los límites personales, lo que hace que cualquiera se sienta con derecho a interrumpir sin pensar en el impacto de su «embestida» sobre quién tiene la cabeza a mil y de cuyas decisiones dependen acciones y consecuencias fundamentales. Es como si interrumpiéramos al cirujano en pleno corte del bisturí o alzáramos la voz en medio de la tacada de un experto billarista.

Las interrupciones inoportunas surgen porque alguien tiene algo que resolver de inmediato o no planificó bien su tiempo y, entonces, sienten la necesidad de intervenir, aunque el momento no sea el adecuado; acciones que reflejan la complejidad de la interacción humana, donde las necesidades no siempre se alinean y la percepción de lo que requiere el otro.

Es muy importante, entonces, que cada quien tenga su espacio, momento y lugar para adelantar sus tareas, que, a la postre, traerán beneficios a esos mismos incautos y precipitados que, además, tienden a tildar de antipático o «subido» a quien, en un momento de angustia, no tiene la mejor sonrisa ni el mejor tono, y menos si el incorrecto llega con la desparpajada frase: «¿Y qué más?».

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“¿Y qué más?”

Oct 29, 2024

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